Con apoyo de una entidad proteccionista, un campo de Capilla del Monte frenó los ataques de pumas y logró mejoras productivas inéditas.
Carlos Antonio Pavón y Celina Calcagnino son propietarios de Puesto Pavón, un establecimiento de las Sierras Chicas de Córdoba que combina ganadería con turismo. Ubicado en Capilla del Monte, el campo se extiende sobre la cara este del Cerro Uritorco, un lugar singular donde conviven quienes buscan ovnis y quienes llegan atraídos por uno de los cielos más estrellados del país.
En 2024, Capilla del Monte fue certificada por la calidad excepcional de sus cielos y su baja contaminación lumínica por la Fundación Internacional Starlight. Puesto Pavón también obtuvo la acreditación como Refugio de Montaña Starlight. El reconocimiento impulsó la actividad turística y atrajo a numerosos fotógrafos.
Lo que la familia no imaginaba era que este movimiento turístico terminaría ayudando, de manera indirecta, a enfrentar un problema que comprometía su otro ingreso: la ganadería. En estos campos altos, cubiertos por paja brava, Carlos y Celina manejan un planteo de cría y comercializan sus terneros cuando llegan a los 150 kilos.
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Sin embargo, después de los grandes incendios en Córdoba, la presencia de pumas derivó en un conflicto severo para la actividad bovina. “Desde 2019, con tantos incendios —solo en 2020 se quemaron 300.000 hectáreas— los pumas que vivían en el monte abajo empezaron a subir al cerro y a instalarse en zonas ganaderas”, recordó Celina. “Nos comían los terneros. Llegamos a perder más del 50% de la producción. Y el vecino perdió más, porque tiene ovejas”.
La conexión con el turismo apareció casi por casualidad. Un fotógrafo pidió visitar el campo para retratar las estrellas y Celina aceptó, aunque le advirtió que, si veía luces en la montaña, no eran ovnis sino empleados recorriendo el cerro de noche para controlar a los pumas. “Al hombre no le gustó lo que escuchó, pero para mí no había elección: era el puma o los terneros. Y nosotros vivimos de los terneros”, afirmó.
Ese fotógrafo regresó varias veces y terminó ofreciéndole un contacto con Pumakawa, una organización que trabaja en estrategias para mitigar daños sin eliminar pumas, promoviendo la convivencia entre depredadores y rodeos bovinos.
El equipo de esa institución les propuso tres alternativas: incorporar burras protectoras, construir una vizcachera o instalar luces disuasorias. Celina recordó que no estaba preparada para desarrollar ensayos largos: “Esa semana los pumas nos habían comido cinco terneros. A valores de hoy, cada uno equivale a casi un millón de pesos. Así que les dije que, si querían, les regalaba los pumas”.
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Como la reserva no podía recibirlos y la vizcachera no le resultaba viable, optó por la alternativa de las burras. Cuando finalmente llegaron al campo, todo empezó a cambiar. “Misteriosamente los pumas desaparecieron. Pasaron uno, dos, tres meses… nada. Andábamos de maravilla”, afirmó.
Según explicó, las burras, además de tener cuero muy duro, gritan fuerte cada vez que detectan a un puma y lo ahuyentan.
Soluciones no letales
Estas prácticas forman parte del proyecto Cacu, impulsado por la Reserva Natural Pumakawa —ubicada en Villa Rumipal, Córdoba—, que promueve la convivencia entre pumas y productores mediante estrategias no letales para prevenir ataques al ganado.
Desde la institución señalan que la mayoría de los conflictos se registra en zonas donde el ambiente natural fue degradado o deforestado, lo que reduce la disponibilidad de presas silvestres. Con el apoyo de Humane World for Animals, el equipo trabaja junto a productores agropecuarios para implementar soluciones efectivas que permiten proteger al ganado sin eliminar a un depredador clave para el equilibrio ecológico.
El proyecto asesora a los establecimientos rurales en la adopción de técnicas probadas para abordar un conflicto histórico: pumas silvestres que atacan al ganado y productores que, como respuesta, recurren a su eliminación. La propuesta, en cambio, apunta a una convivencia posible, basada en conocimiento, experiencia y respeto por la fauna nativa.
Entre las herramientas, Cacu ofrece luces intermitentes que simulan presencia humana, burras protectoras, perros especializados —como el Maremmano-Abruzzese— y la reubicación o manejo de presas naturales del puma, como la vizcacha, para reducir la presión de caza sobre el ganado.
Menos pérdidas y más producción
La incorporación de burras protectoras se volvió parte central del manejo diario en Puesto Pavón. Al inicio trabajaban con animales prestados, pero cuando su dueño pidió recuperarlos, la familia decidió comprar una en Cruz del Eje. Hoy conviven con tres burritas —Margarita, Emma y Emilia— que se integraron al rodeo y mantienen a los pumas alejados de los terneros.
“Para mí nos cambió la vida”, resumió Celina. Desde la reserva también les sugirieron incorporar perros guardianes, pero al haber resuelto el problema con las burras prefirieron continuar con esa estrategia. La ausencia de ataques no solo eliminó las pérdidas, sino que mejoró los índices productivos: con menos estrés, las vacas están más tranquilas y aumentaron las tasas de preñez.
Carlos coincidió en el impacto: “La experiencia fue muy buena porque, apenas se pusieron junto con las vacas y los terneros, se integraron enseguida y los resultados fueron increíbles. Triplicamos la producción de terneros respecto del año anterior”. Por eso evalúan sumar más burras al rodeo.
El efecto positivo trascendió el establecimiento. Al observar los resultados, un vecino decidió incorporar una burra a su majada de ovejas y también logró reducir ataques. Para Celina, compartir la experiencia es fundamental: considera que es una herramienta concreta para mantener el equilibrio del ecosistema sin afectar a la fauna nativa.


