Datos oficiales y testimonios de bomberos y productores de distintas regiones de Córdoba advierten sobre pérdidas económicas, daños en los suelos y dificultades para el control del fuego en zonas agrícolas y ganaderas.
Cuando se analizan los incendios en Córdoba, los eventos que afectan al monte nativo y a las zonas serranas ocupan un lugar central en la agenda pública debido a su alto valor ecosistémico. Sin embargo, los datos oficiales muestran que, todos los años, una superficie significativa del fuego avanza también sobre áreas de uso productivo, como cultivos agrícolas, pasturas implantadas y pastizales naturales utilizados por la ganadería.
Durante julio, agosto y septiembre de 2025 —temporada crítica de incendios— se registraron en Córdoba 319 focos que afectaron 6.591 hectáreas. Los datos provienen del último informe oficial del Gobierno provincial, elaborado con soporte técnico de IDECOR, que incluye un mapa de áreas afectadas por incendios.
Según el informe, predominaron los incendios forestales, ocurridos principalmente en zonas de monte, arbustales y matorrales, aunque también alcanzaron pasturas naturales integradas a la matriz agrícola-ganadera. En paralelo, se registraron 61 incendios rurales que afectaron unas 900 hectáreas, mayormente en campos agrícolas, con impactos directos sobre cultivos y pasturas implantadas.
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El gráfico difundido por IDECOR permite desagregar la superficie afectada según el tipo de uso del suelo. Allí se observa que, además de los matorrales y arbustales —que concentran la mayor superficie quemada—, las pasturas representan una fracción relevante del total, con 2.068 hectáreas afectadas. A este valor se suman 854 hectáreas correspondientes a cultivos agrícolas, lo que refuerza la incidencia del fuego sobre superficies vinculadas a la producción.
Manejo del fuego en el noreste provincial
La cartografía oficial no incluye los bañados del río Dulce ni la laguna Mar de Ansenuza, en el noreste provincial. Según IDECOR, la exclusión se debe a prácticas de quema de pasturas en áreas productivas —prohibidas por ley— que continúan registrándose en esos ambientes. De incorporarse, el área quemada en zonas ganaderas sería mayor.
En esa región, los incendios presentan una dinámica particular. Claudio Bessone, bombero voluntario y productor agropecuario, jefe del cuerpo de bomberos de la Regional Nº 1 Colonia Valtelina y director de Capacitación de la Federación de Bomberos Voluntarios de Córdoba, dijo a AIRE Agro: “en esta zona hay cerca de 70.000 hectáreas de pastizales con espartillos, de hasta 1,5 metro de altura, que se queman varias veces al año”.
El comportamiento del fuego en estos ambientes es especialmente complejo. “Son incendios explosivos y muy peligrosos por el poder calorífico que tienen. Muchas veces es imposible apagarlos”, advirtió. A esa dificultad se suma una limitación operativa: los suelos son inundables en verano y presentan barro incluso durante el invierno. “No se puede ingresar con autobombas; la única forma de trabajar es a pie o con unidades livianas, como camionetas con kits forestales”, detalló.

En la región también se registran focos asociados a la actividad agrícola. “Una chispa de la maquinaria puede generar incendios que no solo afectan rastrojos, sino también cultivos en pie, como trigo, soja o maíz”, señaló. Estas situaciones se agravan cuando coinciden con vientos persistentes del norte o noreste. “En las horas pico, entre las dos y las tres de la tarde, el viento puede alcanzar los 25 o 30 kilómetros por hora; con material seco, en una hora se pueden quemar 500 hectáreas”, agregó.
Bessone distinguió entre eventos accidentales y prácticas intencionales. “Los incendios asociados a la actividad agrícola no suelen ser intencionales: se originan por una chispa o un descuido”, aclaró. En cambio, en los suelos marginales de uso ganadero “hay una costumbre arraigada de quemar el pastizal para que rebrote. Cuando se descontrola, termina afectando incluso a campos vecinos”, afirmó.
Eventos en el centro de la provincia
En el centro de Córdoba, una región clave para la producción agrícola y agroindustrial, los incendios rurales generan pérdidas económicas directas. “Cuando hay un incendio en la zona del llano, el costo productivo es alto: se queman alambrados, hectáreas de soja o trigo y se afecta la capa más fértil del suelo”, advirtió Gustavo Nicola, jefe de bomberos voluntarios de Villa María y director de Operaciones de la Federación de Bomberos Voluntarios de Córdoba.
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En las últimas semanas esa dinámica volvió a repetirse en la región. “Tuvimos 37 hectáreas de pasto natural quemadas y, al día siguiente, otro incendio de seis hectáreas de trigo, que también afectó alambrados”, detalló. “Una chispa de la maquinaria provocó el incendio y el fuego se propagó sobre el trigo en pie. Es una situación que se repite con frecuencia”, agregó.

Aunque muchos de estos incendios son de pequeña escala, su acumulación es significativa. “A lo mejor son 5, 10 o 15 hectáreas en distintos lugares, pero cuando se suman esos ‘puchitos’, la superficie total es importante: puede llegar a 80.000 o 90.000 hectáreas por año”, señaló. Además de cultivos y pasturas, el fuego también provoca otras pérdidas. “A veces también se queman animales y colmenas”, indicó.
Respecto del origen de los incendios, Nicola remarcó el factor humano como causa predominante. “El 98% de los incendios tiene que ver con la acción del hombre. No quiere decir que todos sean intencionales; muchos se deben a negligencia, descuido o accidentes”, afirmó.
Finalmente, señaló que el contexto climático vuelve más compleja la situación. “Con el cambio climático, los incendios son cada vez más violentos. Al estar más seco, el fuego corre mucho más”, advirtió. En ese escenario, subrayó la importancia de la respuesta temprana. “La primera intervención de los cuarteles es clave para que la pérdida sea menor”, sostuvo, y añadió un desafío adicional: “El problema es la interfase urbano-rural, porque hoy hay viviendas muy cerca de los campos”.
Daños en la zona núcleo
En el sur de Córdoba, zona núcleo de la producción agrícola del país, los incendios rurales se concentran principalmente sobre los residuos de los cultivos. “En el llano, la mayoría ocurre sobre residuos de maíz o soja, tras la cosecha y en la época más seca del año”, explicó Lucas Arán, bombero voluntario de Adelia María e ingeniero agrónomo.

En la región, la prevención avanzó durante la última década a partir del trabajo conjunto con los productores. “Hoy las banquinas de las rutas son de tierra y todo el perímetro de los establecimientos tiene pasturas o verdeos de invierno, lo que mantiene el borde verde y reduce la propagación del fuego”, señaló.
Aun así, cuando se inicia un incendio su comportamiento es extremadamente rápido. “Son fuegos de mucha intensidad y velocidad, porque el terreno es completamente llano y el combustible es bajo pero continuo”, detalló. En rastrojos de maíz, la caña alcanza unos 30 centímetros de altura, mientras que en soja apenas supera los cinco centímetros. “Eso es lo que se quema, pero corre muy rápido”, aclaró.
La combinación de sequedad y viento resulta determinante. “Coincide la época seca con los vientos más fuertes y eso le da al fuego una enorme capacidad de avance”, afirmó. En ese contexto, el control depende de la infraestructura y de la acción inmediata de los productores, que muchas veces logran frenar el incendio mediante calles anchas o el uso de rastras para cortar el frente de fuego.
Durante el último invierno, la zona de Adelia María registró varios incendios de magnitud. “Tuvimos tres incendios grandes: uno de 102 hectáreas, otro de 70 y uno de entre 35 y 40 hectáreas. Este último demandó más tiempo porque atravesó montes de eucalipto”, precisó.

En cuanto a las causas, predominan los eventos accidentales. “Dos de esos incendios se iniciaron por maquinaria agrícola, por falta de limpieza, mantenimiento o acumulación de residuos del rastrojo”, explicó. Otro foco se originó por la caída de un tendido eléctrico. “Es muy raro que estos incendios sean intencionales”, subrayó.
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Desde el punto de vista productivo, el impacto es profundo, en especial sobre la conservación del suelo. “Después del incendio, los lotes quedan muy frágiles y se vuelan. Hay que trabajar el suelo para dejarlo rugoso y, si es posible, implantar un verdeo que lo fije”, detalló.
El daño no se limita a la superficie. “En los primeros cinco centímetros del suelo se pierde la parte viva del perfil —hongos, bacterias y microorganismos clave para la disponibilidad de nutrientes—, lo que reduce la materia orgánica, la retención de agua y la capacidad productiva”, explicó. Además, la falta de cobertura eleva la temperatura del suelo y se traduce en menores rendimientos frente a lotes no afectados.

