Agromandriles: un toque de atención para educar en la filosofía libertaria a los argentinos con problemas de comprensión.
Gran enojo tuve esta semana al tomar contacto con el documento de la Estrategia Nacional Exportadora, elaborado por la Cámara de Exportadores de la República Argentina (CERA), donde se hace una consideración impertinente que merece una oportuna aclaración.
CERA solicita eliminar la liquidación obligatoria de divisas producidas por ventas de exportación de bienes y señala que en el mundo solamente la Argentina exige que el 100 % de las divisas queden en manos de la autoridad cambiaria.
En el tope del ranking de países que implementan la misma política aparecen Pakistán, Libia, Turkmenistán, Argelia y la República Centroafricana, en un claro intento de que la Argentina tenga vergüenza de sí misma, cuando quienes deberían tenerla son los personajes de CERA que elaboraron el documento.
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En primer lugar, vale recordar que el Régimen de Incentivo para las Grandes Inversiones (RIGI) contempla que los cobros de exportaciones de productos de los proyectos adheridos a la iniciativa quedan exceptuados de la obligación de liquidar divisas en el mercado de cambios en una proporción del 20 %, 40 % y 100 %, luego de transcurridos uno, tres y cuatro años respectivamente desde la fecha de puesta en marcha del emprendimiento.
Por lo tanto, cuando se presenta un actor responsable en materia de gestión de recursos, como es el caso de las prestigiosas corporaciones petroleras y mineras que participan del RIGI, el Gobierno argentino está dispuesto a ceder el uso de las divisas generadas por exportaciones.
Con el resto de los sectores económicos eso no es viable por un factor cultural. Luego de décadas de socialismo empobrecedor, los argentinos han buscado refugio en el dólar de manera impulsiva, algo que, si bien es adecuado en un contexto contrario a la libertad, resulta pernicioso en el marco de un proceso de cambio cultural como el liderado actualmente por Javier Milei.
Cuando los argentinos finalmente logren hacer un uso responsable de su libertad, quizás en una o dos generaciones, podrán entonces disponer de las divisas generadas a partir del esfuerzo de su trabajo. Mientras tanto, lo más conveniente es que estas sean gestionadas por un ente profesional y confiable, como es el caso del Banco Central (BCRA).
Los mandriles que aseguran que las compañías agroexportadoras deberían tener la posibilidad de integrar el RIGI no saben lo que están diciendo, porque el rol reservado para ese sector es central en la estrategia de desarrollo de una nación próspera.
Tal como ocurrió este año con el régimen de suspensión temporaria de derechos de exportación, el sector agroexportador es el prestamista de última-última instancia cuando ya se agotaron todas las alternativas posibles para hacer frente al “riesgo kuka” y sus constantes intentos de desestabilizar el proceso instrumentado para volver a hacer a la Argentina grande de nuevo.
Por ende, desperdiciar esos preciosos dólares para ampliar terminales portuarias o fábricas aceiteras no tiene sentido, especialmente cuando sobra capacidad de procesamiento de oleaginosos porque los productores argentinos no se animan a sembrar más ni a mejorar el paquete tecnológico agrícola, a pesar de las rebajas de derechos de exportación instrumentadas generosamente por el líder.
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La libertad es el eje central de la política libertaria, pero para que ese atributo pueda ser ejercido de manera razonable se requiere un proceso pedagógico que, por cierto, no solo no es sencillo, sino que lleva tiempo y dedicación.
Sin embargo, estoy más que confiado en que tal iniciativa terminará siendo exitosa. Pero, por favor, no nos adelantemos a los tiempos históricos ni pidamos algo que no se corresponda con la evolución cultural de la sociedad. Mientras tanto, disfrutemos el proceso y no bajemos los brazos. ¡Viva la libertad, carajo!

