Productores y técnicos apuestan al desarrollo de la pitahaya, o fruta del dragón, un fruto tropical de alto valor y con potencial para la industria local.
La pitahaya, conocida como fruta del dragón, comienza a captar el interés de productores y técnicos en el norte de Argentina. Aunque su presencia comercial es incipiente, se la considera una fruta con potencial de crecimiento en regiones cálidas, capaz de diversificar los planteos locales.
Este fruto se destaca por su aspecto exótico y sus propiedades funcionales. Su pulpa y sus semillas son ricas en antioxidantes, fibra y compuestos bioactivos, con beneficios asociados a la regulación del colesterol, un leve efecto laxante y una acción antioxidante, antiinflamatoria y cardioprotectora. Más allá del consumo en fresco, tanto la pulpa como la cáscara pueden aprovecharse para la obtención de colorantes naturales y pectina, con potencial de uso industrial.
De la experimentación a la producción
Los primeros ensayos y plantaciones de pitahaya en el país datan de 2012 en el Centro de Validación de Tecnologías Agropecuarias (CEDEVA) de Formosa, tras su introducción por parte de la comunidad taiwanesa. Desde allí, se extendió a Misiones, Salta y Jujuy, con experiencias de menor escala en Corrientes, el norte de Entre Ríos y Santa Fe.
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Si bien muchos cultivos se iniciaron con fines ornamentales o de prueba, algunos productores ya exploran su aprovechamiento comercial. Entre ellos se encuentra Christian Amann, de la localidad de Andresito, Misiones, que incorporó la pitahaya en un esquema diversificado con palta, yerba mate, ganadería y forestación.
“La producción surgió como una curiosidad después de haber visto experiencias en Brasil, donde el cultivo está más difundido”, contó Amann a AIRE Agro.
La empresa implantó unas mil plantas en media hectárea, con la meta de alcanzar cinco hectáreas en los próximos años. El sistema, aún en etapa experimental, enfrentó sus primeros desafíos climáticos: “Las heladas de 2025 provocaron la pérdida de varias plantas”, lamentó.
Manejo intensivo y artesanal
La identidad varietal y la sanidad son claves para el éxito de la plantación. La pitahaya se propaga por cladiodos (segmentos del tallo). Si estos tienen más de un año, pueden producir desde la primera temporada. “Si se plantan entre julio y septiembre, alcanzan a enraizar y florecer desde octubre hasta abril. Es una de las frutíferas que más rápido produce: desde el pimpollo hasta la flor pasan unos 20 días, y desde la flor al fruto maduro, unos 30”, explicó. Aunque esto varía con factores ambientales y varietales.

Las plantas jóvenes rinden poco, pero el interés comercial es alto. Si bien, por ahora, la idea es vender en el mercado local, ya recibieron ofertas de otros países. “Es una fruta novedosa, prometedora y con interés comercial: el año pasado ya tuvimos interesados en comprar desde Italia”, comentó.
El manejo resulta intensivo. Amann explicó que cada flor de pitahaya permanece abierta una sola noche y, en ese breve lapso, debe ser polinizada a mano con un pincel o hisopo; de lo contrario, la fruta se pierde. El trabajo se vuelve aún más complejo porque la planta tiene varios flujos de floración a lo largo del año y, dentro de cada uno, las flores no abren al mismo tiempo, sino de manera escalonada durante varios días.
Por eso evalúan variedades autopolinizables y distintos sistemas de conducción y distanciamiento, con postes individuales y espalderas. “Estamos iniciando y nos gusta experimentar”, resumió.

Investigación y cooperación técnica
En paralelo a las iniciativas privadas, el INTA, a través de sus Estaciones Experimentales Agropecuarias (EEA) de Cerro Azul (Misiones) y Yuto (Jujuy), mantienen colecciones y desarrollan ensayos para entender el comportamiento agronómico del cultivo.
Cristian Stolar, genetista del INTA Cerro Azul, detalló que la pitahaya es una fruta de explotación reciente –con unas tres décadas de desarrollo comercial– y de origen americano; una cactácea que se extiende desde México hasta el norte de Argentina. «Fue llevada por los franceses a Vietnam entre fines del siglo XIX y principios del XX como planta ornamental, y la empezaron a aprovechar como alimento”, indicó.

Hoy el cultivo tiene una fuerte presencia global. Vietnam el primer productor mundial, junto a países de Asia como China e Israel. En América, se destacan Ecuador, Colombia y Brasil, entre otros. En Argentina, la producción comercial se reduce a un área estimada de apenas 10 hectáreas, concentradas en Salta, Jujuy, Misiones y Formosa.
Stolar, junto a Carina Armella, responsable del área de frutales del INTA Yuto, integran un proyecto del Fondo Argentino de Cooperación Internacional (FOAR) enfocado en fruticultura tropical junto a Vietnam. Esta colaboración permitió a los técnicos argentinos viajar a Asia para interiorizarse sobre el manejo, y luego recibir la visita de colegas vietnamitas. También intercambian otras experiencias con profesionales de Brasil, Perú, Ecuador, República Dominicana e India.
Los equipos del INTA abordan la evaluación de materiales genéticos, el rescate de genotipos introducidos por productores y pruebas de cruzamiento. “Es clave la complejidad taxonómica: Pitahaya incluye a diferentes especies e híbridos. Los primeros resultados permitirán identificar variedades adaptadas a las condiciones del norte del país y definir estrategias de manejo”, subrayó Stolar.

«Es esencial comprender no solo la biología floral de la especie (si es autocompatible o si necesita de polinización cruzada), sino también los factores que afectan la polinización, ya que la falta de polen o del agente polinizador pueden causar daños a la producción», enfatizó.
Condiciones ambientales adecuadas en el norte
El norte argentino ofrece un ambiente favorable para el cultivo. Estas plantas requieren temperaturas de entre 18 a 26 °C, con precipitaciones de 650 a 1500 mm anuales, y su mejor desarrollo se logra en climas cálidos subhúmedos. “Las frutas tropicales necesitan temperaturas mínimas de entre 16 y 17 °C para desarrollarse, y toleran hasta unos 35 a 38 °C”, explicó. En ese rango, el NEA y el NOA reúnen condiciones adecuadas: “La temperatura media en Misiones es de 20 °C; en Formosa, 21 o 22; y en la zona de yungas de Salta y Jujuy, entre 23 y 24”, precisó.
El INTA se propuso evaluar la temperatura crítica que puede dañar o matar la planta. “En general, hablamos de –2 °C como límite crítico”, indicó. Según los relevamientos, el cultivo podría desarrollarse desde el centro-norte de Corrientes hacia el norte del país, atravesando Chaco y Tucumán, y alcanzando incluso el norte de Santa Fe y Entre Ríos.
Las diferencias de clima influyen en la cantidad de floraciones anuales. “En zonas tropicales, como Vietnam o Tailandia, pueden alcanzarse hasta siete floraciones por año. Acá podríamos hablar de tres o cuatro cosechas a campo”, explicó Stolar.

Consumo y oportunidades
La pitahaya aún no figura en las estadísticas oficiales, pero ya ingresa al país desde Brasil —donde el cultivo es más dinámico y supera las 5.000 hectáreas— y también desde Ecuador. En el Mercado Central de Buenos Aires, el precio al comprador ronda los 4.000 pesos por kilo, independientemente del color de pulpa o cáscara. En promedio, eso equivale a dos o tres frutas por kilo, según el calibre.
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Como ocurre con otras frutas tropicales, su mayor proyección está en el procesamiento industrial. “Tiene potencial para el consumo en fresco, aunque llevará un tiempo hasta que se difunda más. Pero donde realmente puede crecer es en la industria, especialmente en la elaboración de pulpas”, explicó el técnico. En Vietnam, India, e incluso en países de la región, como Perú y Brasil, también se utiliza para la elaboración de licores, yogures, pulpas y productos cosméticos.
