Incorporar bordes y ambientes naturales en los campos eleva la productividad, estabiliza los rindes y mejora la eficiencia del manejo.
Conservar al menos un 20% de ambientes naturales y un 10% de bordes diversificados dentro del paisaje agrícola puede mantener, e incluso aumentar, la producción total de un sistema, gracias al aporte de los servicios ecosistémicos.
A partir de esa afirmación, Lucas Garibaldi, investigador del Instituto de Investigaciones en Recursos Naturales, Agroecología y Desarrollo Rural (IRNAD), de la Universidad Nacional de Río Negro y del CONICET, planteó rediseñar el paisaje productivo para que funcione en sinergia con los procesos de la naturaleza.
“La biodiversidad mejora la productividad, estabiliza los rendimientos y reduce los costos. El desafío no es usar más insumos, sino usar más conocimiento”, sostuvo al respecto.
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El investigador advirtió que, durante las últimas décadas, la agricultura argentina avanzó sobre un modelo basado en la homogeneización: grandes lotes de monocultivo y alta dependencia de insumos externos. Ese esquema permitió ganar productividad, pero también generó una pérdida de biodiversidad, la degradación del suelo y un aumento de la vulnerabilidad frente al cambio climático, en la sanidad de los cultivos y en el impacto de malezas resistentes.
Frente a ese sistema, sus estudios indican que la diversidad biológica –la variedad de especies, ambientes y funciones ecológicas presentes en un sistema– actúa como un seguro natural. Cuando los cultivos conviven con franjas de vegetación nativa, árboles o pastizales, el sistema aprovecha mejor el agua y los nutrientes, amortigua las sequías y reduce las explosiones de plagas.
“Los ecosistemas diversos son más eficientes porque cada organismo cumple un rol: algunos controlan insectos, otros mejoran la fertilidad o favorecen la polinización. En conjunto, hacen que el sistema funcione mejor y con menos riesgo”, afirmó.
En ensayos del IRNAD con girasol, por ejemplo, los campos con mayor densidad de bordes naturales –cercas vivas, franjas de vegetación o montes nativos– alcanzaron rendimientos promedios un 24% superiores a los de los lotes grandes y uniformes. En el caso de frutales como la frambuesa, los sistemas con una comunidad diversa de polinizadores lograron hasta 61% más rendimiento y un daño floral seis veces menor.
La diversidad también reduce la aparición de malezas resistentes. En cultivos de soja y maíz, los lotes rodeados por vegetación natural presentaron tres veces menos especies resistentes a herbicidas.
Biodiversidad y rendimiento
¿Cómo es posible que la conservación y la producción no compitan y, en cambio, se potencien entre sí? Sucede que los bordes, montes y franjas de vegetación nativa y diversa son fundamentales para sostener el funcionamiento del sistema. En paisajes con alta proporción de hábitats naturales, los cultivos reciben más visitas de polinizadores, tienen menor incidencia de plagas y presentan mayor estabilidad interanual de rendimientos.
En la práctica, esto se traduce en menor riesgo económico y mayor previsibilidad. Los sistemas diversos producen de forma más estable entre campañas y responden mejor ante eventos climáticos extremos. Según los modelos desarrollados por el equipo de Garibaldi, mantener una quinta parte del territorio con ambientes naturales y una décima parte con bordes diversificados puede igualar o superar la producción total de los paisajes agrícolas convencionales, porque la mejora en los servicios ecosistémicos compensa con creces la superficie que se deja de cultivar.
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“En un escenario global donde los insumos son cada vez más caros y el clima más incierto, la biodiversidad también es un factor de estabilidad económica”, sostuvo el investigador. “Nos permite reducir costos, mejorar la eficiencia y hacer que los sistemas sean más resilientes”, añadió
Del paper al lote productivo
El paso siguiente es llevar estos conceptos al terreno. En distintas regiones del país ya se están implementando estrategias de rediseño productivo que combinan agricultura y conservación. En la región pampeana, por ejemplo, se realizan siembras variables para identificar sectores de bajo rendimiento. Esas áreas, en lugar de seguir cultivándose, se transforman en corredores de biodiversidad o franjas de restauración que mejoran la funcionalidad ecológica del sistema.
Al cabo de pocos años, esos corredores incrementaron la presencia de insectos polinizadores y enemigos naturales de plagas, al tiempo que mejoraron la infiltración del agua y redujeron la erosión.
Además, nuevas tecnologías facilitan el seguimiento de estas transformaciones. El sistema Eirú Tech, desarrollado en colaboración con el equipo de Garibaldi, utiliza sensores acústicos y algoritmos de inteligencia artificial para detectar insectos polinizadores y monitorear la biodiversidad en tiempo real. Mediante datos satelitales y análisis de campo, la plataforma genera indicadores que permiten cuantificar los beneficios ecológicos y económicos de cada práctica.
En los estudios de largo plazo, los establecimientos que adoptaron estas estrategias lograron mayor estabilidad de rendimientos y beneficios acumulativos, incluso en años con condiciones climáticas adversas.
Oportunidades para la agricultura
“La agricultura argentina tiene las condiciones para liderar este cambio. Ya hay experiencias que muestran que conservar y producir pueden ir de la mano. Se trata de escalar ese conocimiento y hacerlo parte de las políticas públicas y las decisiones privadas”, planteó Garibaldi.
El investigador insistió en que el futuro de la agricultura dependerá menos de la cantidad de insumos aplicados y más de la inteligencia con que se diseñen los sistemas. En un contexto donde el clima, los mercados y los costos cambian constantemente, la diversidad bien podría ser el mejor seguro para el campo.



