Sales, bacterias y temperatura pueden frenar la producción si no se controlan con análisis periódicos.
En la ganadería se controlan dietas, genética y sanidad, pero el insumo más abundante y determinante de la productividad suele quedar relegado: el agua.
“El agua representa más del 50% del peso vivo de un bovino y, aun así, no se le asigna el mismo valor que a otros componentes de la dieta”, advirtió Guillermo Mattioli, investigador del Laboratorio de Nutrición Mineral de la Facultad de Ciencias Veterinarias de la Universidad Nacional de La Plata.
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Durante una jornada técnica organizada por la región Sudeste de CREA, advirtió que la calidad del agua condiciona el consumo de alimento, la salud y los resultados productivos.
En promedio, explicó que un bovino consume cada día entre 8 y 12% de su peso vivo en agua: un animal de 400 kilos necesita entre 32 y 48 litros diarios, volumen que puede duplicarse en verano. Cada litro ingerido transporta minerales que pueden ser nutrientes valiosos o, por el contrario, verdaderos limitantes de la producción. Si el agua es de mala calidad, la primera respuesta del animal es beber menos, lo que reduce la ingesta de materia seca y, en consecuencia, la ganancia de peso y la producción de leche.

Semáforo de riesgo
El primer punto crítico es la salinidad. “No todo lo que llamamos sal es igual”, explicó. El cloruro de sodio es el principal determinante del sabor salado y, en exceso, limita el consumo. Para orientar a los productores, Mattioli propuso un “semáforo” de sales totales: cuando el agua contiene menos de 3 gramos por litro la señal es verde y el consumo es seguro; entre 3 y 7 gramos se enciende una luz amarilla que exige monitoreo y precauciones; y por encima de 9 gramos aparece la luz roja, porque el animal deja de beber aún estando deshidratado.
“Cuando el agua supera los 9 gramos de cloruro de sodio por litro, el animal deja de beber aún estando deshidratado. Lo que le falta es agua, no sal”, resumió el investigador. El consumo se vuelve aún más crítico en verano, cuando las vacas pierden agua por sudor y jadeo. En esas condiciones, la necesidad de agua pura aumenta y la presencia de sales genera un doble efecto negativo: reduce el consumo de líquido y limita la ingesta de alimento.
Dureza, sulfatos y contaminantes invisibles
La dureza del agua, dada por el calcio y el magnesio, no es peligrosa por sí sola: el problema aparece cuando estos minerales se combinan con sulfatos, que pueden provocar diarreas y bloquear minerales esenciales como el cobre. A esto se suman contaminantes invisibles pero críticos, como nitratos, arsénico y flúor, que afectan la salud y el crecimiento de los animales si superan los valores seguros.
El problema no se limita a los minerales. La contaminación bacteriana es casi omnipresente. “Prácticamente no hay agua de tambo que no tenga contaminación fecal, y en ganadería de carne el riesgo es igual de severo”, advirtió. Los bebederos y tajamares donde los animales beben y defecan son la principal fuente de bacterias como Escherichia coli, que no solo comprometen la salud, sino que reducen el consumo por el olor y el sabor que generan.
La temperatura del agua es otro factor subestimado. En verano, los bebederos pueden superar los 40 °C, favoreciendo el crecimiento de algas verdeazuladas que disminuyen la oxigenación y facilitan la proliferación de microorganismos peligrosos como Leptospira o Fusobacterium. Ensayos citados por el especialista muestran que enfriar o airear el agua puede aumentar las ganancias de peso hasta un 10% en solo 90 días de pastoreo, simplemente porque los animales beben más y comen más.

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Medir para prevenir
Para Mattioli, la conclusión es que el agua debe evaluarse con la misma rigurosidad que la dieta. Un buen análisis debe discriminar cationes y aniones y, especialmente, medir el sodio. “Un análisis de agua que no indique el sodio está mal hecho”, subrayó. El control periódico permite detectar a tiempo sales, sulfatos, nitratos, flúor o arsénico y tomar decisiones antes de que el problema se exprese en kilos de carne o litros de leche perdidos.
“Es un error grosero invertir en genética, sanidad o infraestructura y perder producción por un agua de mala calidad”, resumió. Para los productores, el desafío pasa por asegurar fuentes limpias, bien distribuidas y protegidas de la contaminación, y realizar análisis periódicos que permitan conocer no solo la concentración de sales, sino la naturaleza de los minerales presentes para explorar potencial de cada rodeo.