Rotación con cultivos de servicio, reducción de insumos, forestación y medición de biodiversidad e impacto ambiental son algunas de las estrategias que aplica un establecimiento de Córdoba para sostener la producción en áreas periurbanas.
Producir alimentos en zonas periurbanas implica convivir con tensiones por el uso de agroquímicos, restricciones de manejo y reclamos de la comunidad. En Laguna Larga, provincia de Córdoba, la familia Whitworth Hulse, al frente del establecimiento Bremor, decidió enfrentar esta complejidad con datos y diálogo, y avanzar hacia un modelo de agricultura regenerativa que les permitiera reducir insumos y generar beneficios ambientales sin perder de vista la rentabilidad.
Entre las principales acciones y resultados alcanzados, desarrollaron un módulo experimental sin agroquímicos, lograron reducir un 42% el índice de impacto ambiental en el campo, incorporaron corredores biológicos y áreas de reforestación, mejoraron el manejo de cultivos de servicio para conservar agua y biodiversidad, y abrieron las tranqueras a escuelas y universidades para compartir lo que hacen con la comunidad.

“En casi todos los periurbanos existe una tensión entre el área urbana y la rural”, señaló Juan Whitworth Hulse, quien pertenece a la segunda generación de la familia y se formó como biólogo en la Universidad Nacional de Córdoba. Para él, las críticas al uso de fitosanitarios y algunas malas prácticas en la zona potenciaron la desconfianza. “Siempre insistí en que había que hacer una autocrítica sobre por qué nos miraban mal”, contó.

El ingreso al grupo CREA Río Primero en 1999 y un proceso de reestructuración iniciado en 2010 marcaron el inicio de la transformación, que se profundizó durante la pandemia, cuando junto a su padre, Carlos, comenzaron a planificar un modelo de agricultura regenerativa y a participar en encuentros de agroecología. En 2019 crearon un “módulo periurbano” de seis hectáreas, bajo riego y sin agroquímicos, para aprender en su propio sistema cómo manejar cultivos de servicio, conservar agua y fomentar biodiversidad.
Los resultados fueron variables. En la primera campaña obtuvieron 3.800 kg/ha de maíz con un margen positivo, pero menor al de los lotes convencionales. Luego, la soja bajo riego sin agroquímicos rindió 2.800 kg/ha con margen negativo, y en secano no llegó a cosecha. “Siempre destaco que son ensayos y que es difícil escalarlos”, aclaró Juan. A partir de estos aprendizajes, decidieron ajustar la estrategia y, en la campaña 2023/24, aplicaron una dosis de agroquímicos en preemergencia y un herbicida de rescate. Con ese manejo, lograron en trigo bajo riego 5.700 kg/ha y un margen bruto superior al del lote tradicional.

Más allá de los números, la búsqueda pasó por disminuir la cantidad de fitosanitarios utilizados y medir el impacto ambiental a través del Índice EQ, que les permitió registrar una reducción del 42% en el nivel de uso de agroquímicos durante la campaña 2022/23 respecto del promedio histórico del campo.
Corredores, biodiversidad y comunidad
La sostenibilidad, para Bremor, incluye también el ambiente y la relación con la comunidad. Comenzaron a reforestar e instalar corredores biológicos, incluso en bordes de alambrado que antes se limpiaban de forma rutinaria. “Desmitificamos la idea de que un borde con vegetación espontánea contamina el lote entero”, explicó Juan. Además, reemplazaron franjas improductivas junto a cortinas forestales por pasturas de alfalfa, buscando mejorar la cobertura del suelo y mantener la rentabilidad. “Con mi padre y mis hermanos discutíamos si le estábamos sacando área de producción al campo, pero siempre perdíamos plata en ese borde”, comentó.

Actualmente, de las 410 hectáreas que tiene el campo, 210 están bajo riego y 200 en secano, y cada cambio se mide con cuidado para evaluar su impacto productivo y económico. Además, la familia participa en el proyecto InBioAgro de CREA, orientado a medir biodiversidad en sistemas productivos, con monitoreos de polinizadores, vegetación y microbiología del suelo, para generar indicadores que les permitan tomar mejores decisiones.
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Abrir el campo a la comunidad también fue parte de la estrategia para reducir tensiones. La empresa organiza jornadas con la Facultad de Agronomía de la Universidad Nacional de Córdoba y recibe a estudiantes de Biología para recorrer lotes, cortinas forestales y parcelas con cultivos de servicio. También articulan con el colegio secundario IPET 397 de Laguna Larga, donde brindan charlas y reciben a estudiantes para hablar de inserción laboral en el sistema agrícola.

“Ese es el desafío más grande: el cara a cara con nuestros vecinos. Porque al estar en el periurbano, el pueblo y el campo conviven en el día a día”, sostuvo Juan. Hoy, luego de años de trabajo, la familia valora un logro difícil de medir: la tranquilidad de producir sin conflictos con la comunidad. “Mi viejo vive en el campo. Que hoy pueda dormir tranquilo es el mejor resultado de todos estos años tratando de ser más sustentables. Eso no se puede medir en plata, pero vale más que cualquier margen”, concluyó.